POR CARLOS HUMBERTO ISAZA
Quien ostenta actualmente la condición del ciudadano más adinerado de Colombia, les está proponiendo a los dirigentes nacionales un pacto en contra de la pobreza, de un país en el que más de la mitad de sus habitantes padecen el rigor de ese flagelo, y en el que millones de niños se acuestan casi todas las noches con hambre, pese a las promesas íntimas de miles -millones, quizá- de padres que en algún momento de sus vidas se hicieron, como lo hiciera Scarlett O'hara, en la célebre obra de Margaret Mitchell, la firme promesa de ‘hacer cualquier cosa’ con tal de no ver a sus familias padecer los rigores de la pobreza.
¿Cuántas veces no habrán pasado por las mentes de millones de colombianos imágenes alucinantes que los involucran con toda suerte de conductas -delictivas, muchas de ellas- que estarían dispuestos a llevar a cabo con el único fin de impedir que sus hijos aguantaran hambre?
La miseria de la mitad de la población es una bomba de tiempo que cada día se va activando hasta hacerse incontenible. En países del hemisferio, como Ecuador, Bolivia y Perú -por citar solo algunos vecinos-, cíclicamente se dan unas especies de desfogues que comienzan con marchas callejeras, mutan hacia paros generales y terminan en derrocamientos de presidentes. Aquí, desde el Bogotazo que sucedió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán no ha tenido ocurrencia ningún levantamiento de masas que haya tenido la consistencia capaz de someter a riesgo la estabilidad de las instituciones.
Pero no ha sido por falta de motivos. Ha sido más por el temor a la eventual represión, por falta de credibilidad en los dirigentes y por apatía colectiva con quienes desde la clandestinidad se autoproclaman abanderados de las reivindicaciones sociales mientras se ensañan infligiéndole daño a la población, que por falta de razones objetivas capaces de imprimirle a un pueblo sometido al rigor de la pobreza y del hambre, el impulso necesario para reclamar por las vías de hecho los derechos que durante siglos le han sido negados.
Vuelvo a insistir en que mientras el Estado colombiano no cambie sustancialmente la legislación que en la actualidad rige la acumulación de la riqueza, la distribución del ingreso, el acceso a los medios de producción, el ejercicio de actividades especulativas, el gravamen a los patrimonios ociosos, etc., no se habrán empezado a dar los pasos necesarios para la consolidación de una sociedad más justa, en la que, al menos los niños, puedan pasar todas las noches soñando plácidamente, en vez de soportar la pesadilla diaria que les impone el hambre, la desnutrición, la ignorancia y las enfermedades. Mientras haya gente pudriéndose de abandono en las calles, no habremos dado el primer paso.
Vamos a ver en qué consiste el pacto contra la pobreza, que está promoviendo el potentado que llegó a serlo gracias a la generosidad de los gobiernos que le entregaron en bandeja de plata la propiedad de lo bancos que todos los colombianos rescatamos de la crisis mediante el tristemente célebre impuesto del 4 por mil. Bancos a través de los cuales, en forma inmisericorde, mediante la especulación salvaje a través de las igualmente célebres corporaciones de su propiedad, despojó del ahorro de toda la vida y de las viviendas compradas con sudor y sangre, a millones de colombianos.
Habrá que averiguar cual fue el destino del Rico Epulón con las indulgencias que obtuvo por las migajas que dejó caer de su opulenta mesa para saciar el hambre de Lazaro.
chisaza@yahoo.com
17 de mayo de 2005