POR CARLOS HUMBERTO ISAZA
Cada día más, los taxistas se están convirtiendo en un dolor de cabeza para la comunidad. Parece que el código de tránsito se hubiera expedido para ser cumplido por todos los conductores, con excepción de los taxistas. En la frase ¡yo estoy trabajando! encuentran el argumento para cometer toda suerte de irresponsabilidades: pasarse los semáforos en rojo, circular en contravía, parquearse en sitios prohibidos, cobrar arbitrariamente sus servicios, maltratar a sus clientes, tirarles los carros a los peatones, cerrar las intersecciones, etc.
Después de determinada hora de la noche -establecida a su arbitrio-, no respetan ningún semáforo, e incurren en toda suerte de contravías que les permitan llegar más rápido a sus destinos, poniendo en permanente e inminente riesgo la seguridad de cuanto pasajero, peatón o conductor se encuentren en el camino.
Si por desgracia otro conductor llega a tener algún percance con uno de ellos, la situación se torna crítica. En instantes, como un enjambre, acuden de todas partes en una solidaridad intimidante, orientada a hacer desistir al agredido, a ponerse de acuerdo en sus versiones para comparecer ante los despachos que conozcan del incidente, a tratar de hacer incurrir en error a la autoridad de tránsito, etc.
Por las vías del país circulan cientos de miles de taxis. Desafortunadamente en muchas ocasiones el servicio que prestan se ha convertido en un servicio a riesgo. Es común ver como a mucha gente le da físico temor tomar un taxi en la calle, y se ha vuelto de uso cotidiano pedirle a alguien que tome nota de las placas del taxi abordado, o enviarle a un conocido, desde el teléfono celular, un mensaje de texto con las placas del vehículo. La razón es única: el miedo al taxista. Y es que son muchos los casos conocidos en los que los pasajeros han sido víctimas de atracos por cuenta de taxistas que ensombrecen la labor de un gremio tan necesario y útil para la comunidad, el que se ve empañado por la actitud irresponsable y vandálica de un grupo de ellos, que hace que la sociedad tenga un concepto negativo de su oficio.
Las autoridades de tránsito deben adoptar la firme determinación de aplicar con rigor el código de tránsito como consecuencia de las infracciones a sus preceptos, con el fin de prevenir que un gremio tan grande y tan útil se convierta en una amenaza social. A su vez, las empresas que agrupan a los taxistas deben realizar acciones permanentes orientadas a formarlos en el buen comportamiento ciudadano; a enseñarles que su actividad diaria es un servicio público del cual derivan el sustento para sus familias, y a aplicarles un estricto código de comportamiento interno orientado a prevenir sus desafueros.
El hecho de invocar que están trabajando, por más que sea cierto, no significa que las demás personas no estén en función de sus responsabilidades cotidianas, o que tal circunstancia les de pié para abusar, atropellar e irrespetar, en la creencia de que para prevenir su conducta no existe ni Dios ni ley.
chisaza@yahoo.com
12 de abril de 2005
