16 de septiembre de 2006

LA VERDAD DUELE

¡Caga el pobre… caga el rico! Esa, al parecer, fue la expresión de la dama de compañía de doña Juana La Loca cuando ésta –en un retrete– daba a luz a quien llegaría a ser el emperador Carlos V. Hay cosas que a todos nos pueden pasar. Y más a una sociedad tan abierta como la pereirana. Como dicen por ahí: ocurre hasta en las mejores familias. No deja de haber un cierto tufillo de hipocresía entre quienes pretenden tapar el sol con las manos, y entre quienes se han sentido indignados con la producción de televisión que en la actualidad concentra la teleaudiencia nacional: ‘Sin tetas no hay paraiso’. Un seriado que, aunque con excesos de actuación, contiene la aproximación a una de nuestras muchas realidades. Y no se trata de una realidad exclusivamente pereirana, pues algo similar ocurre en Cali, en Bogotá, en Cartagena o en Medellín. Tampoco se trata de la única realidad de nuestra sociedad. Pero si de una faceta muy sentida y dolorosa de una realidad que infortunadamente ha conquistado su nicho en una ciudad que por su espíritu abierto y libertario, se convierte –como otras– en blanco fácil de muchas formas proclives a la abyección y a la lujuria: el mercado de las tetas, como preámbulo para la obtención del éxito con los ‘duros’. La tendencia actual por procurarse una determinada estética corporal no está indisolublemente ligada a la comercialización del cuerpo ni a la conquista de un ‘traqueto’. Ella hace parte de una nueva concepción de los parámetros de la belleza humana y a la aplicación de los avances médicos a la exaltación del paradigma de belleza del mundo actual. La que se quiere putear se putea, con tetas grandes o con tetas chiquitas. Hay gustos para todas las tetas, y tetas para todos los gustos. Si, bien, el dramatizado muestra la relación de una adecuación estética a la obtención de un mayor resultado económico –con traqauetos, en este caso–, ello no puede convertirse en la razón para estigmatizar a una profesión, a una ciudad o a una aspiración por tener un determinado aspecto físico. Son cosas diferentes. Lo que ocurre es que la proliferación de clínicas de garaje, de falsos cirujanos, que por sus precarias certificaciones académicas más se aproximan a estafadores que a médicos, y la ignorancia como caldo de cultivo para la colonización de mentes débiles, ignorantes o desesperadas, contribuyen en forma eficiente a consolidar ese paradigma de ‘belleza opulenta’ tan apetecido por una casta de ‘malandros’ que ha convertido en colofón de sus éxitos y en trofeo de sus extravagancias, a una generación de adolescentes que –confundidas– creen hallar, en la conquista de uno de ellos, la panacea para todas las privaciones que una sociedad injusta les depara a diario. La de las tetas, las ‘prepago’ y el comercio sexual en todas sus formas, constituyen ingredientes de una realidad nacional, más acentuada en unas que en otras ciudades, pero común a casi todas; que en nuestro caso marcha paralela a la de las decenas de bandas de sicarios recientemente detectadas –muchas de ellas integradas por niños– y a la existencia de una tasa de homicidios superior a la de casi todos los lugares del planeta, frente a lo cual nos rasgamos las vestiduras, ponemos el grito en el cielo o nos convertimos en víctimas de unos ridículos arrebatos de indignación que hacemos para que quede la constancia histórica, pero que ni nosotros mismos nos creemos.

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