
Extraña la radical decisión adoptada por el gobierno nacional, que le costó al país la baja de los doce generales de mayor rango de la policía, el desconcierto de los comandantes de las otras armas y la incertidumbre en la institución. Gústenos o no, los males hay que cortarlos por la raíz, aunque al hacerlo nos duela. Lo que nos parece extraño es que la ‘depuración’ en la policía se haya dado con ocasión del descubrimiento de la interceptación de las llamadas Telefónicas de los jefes paramilitares recluidos en la prisión de Itaguí y no como consecuencia de la misma práctica pero respecto de los dirigentes de la oposición civil, develada días antes, en una de sus intervenciones, por el presidente de la República.
Que el general Óscar Naranjo haya sido puesto por el gobierno nacional a dirigir la policía nacional no es algo que nos extrañe. Al fin de cuentas el general Naranjo se ha ganado el respeto de los colombianos, al igual que el del gobierno y el de sus subalternos. Lo extraño es que la misma confianza no la tuviera el gobierno nacional respecto de los diez generales que solicitaron ‘voluntariamente’ sus bajas como respuesta al desconocimiento de su antigüedad y de sus rangos en la institución.
Si el general Naranjo era el hombre, ¿cuál fue la razón que tuvo el gobierno nacional para desechar a los otros diez de mayor antigüedad, a los cuales, según el orden sucesoral de las instituciones armadas, les habría correspondido dirigir los destinos de la Policía Nacional? ¡Qué preocupante incógnita!
Y no queda alternativa: se trataba de exceso de confianza en el general Naranjo, lo que no significa, necesariamente la desconfianza en todos los demás, o por el contrario, de exceso de desconfianza en los generales que solicitaron la baja. Porque ¿cómo más se puede explicar que una nación como la nuestra, con precarios recursos económicos, se de a la tarea de formar generales de la República para que, una vez cumplan treinta o cuarenta años de servicio, los descarte sin razón y los pase al buen retiro, dejando a la institución sin su más caracterizada dirigencia y a la ciudadanía sin una explicación razonable.
No tengo dudas respecto de la integridad del general Naranjo. Algo más: yo también quería que el fuera el comandante de la institución. Pero ¿quien nos puede explicar con argumentos razonables los motivos que tuvo el gobierno para desestimar los méritos de los generales más antiguos y/o de mayor rango, estando de por medio el turbio incidente de las filtraciones y del ejercicio abusivo de la ‘inteligencia’ del Estado frente a sus opositores, a los sindicalistas y a los congresistas de las bancadas contrarias al gobierno? Tal vez nadie, porque no haya quien de la cara para ofrecer la explicación, o quizá porque no haya quien tenga la respuesta. Pero lo cierto es que ese silencio del gobierno terminará siendo una especie de sentencia tácita sobre la dignidad de los generales ignorados a la hora de un relevo tan trascendental en la policía. Y esos silencios, que como se suele decir, son más elocuentes que las palabras, tiene la doble capacidad de absolver a los culpables, como la de condenar a los inocentes.