25 de junio de 2007

UN EXTRAÑO ITINERARIO




Aunque ya casi nadie lo recuerda, hace algunos años el presidente Uribe decretó -como una discrecionalidad- la excarcelación de algo más de cuarenta reclusos condenados por pertenecer a la subversión, en un gesto de buena voluntad supuestamente orientado a ‘ablandar’ los corazones de los jefes guerrilleros a ver si así se conmovían y dejaban en libertad a algunas de las personas que permanecían secuestradas en sus campamentos. Pero como se dice hoy en día, ‘esa platica se perdió’: los guerrilleros quedaron en libertad y muchos de ellos -si no todos- volvieron a sus antiguas andadas.

Un día cualquiera el gobierno nacional, con el apoyo de la bancada oficialista, se empeñó en tramitar, a toda costa, una ley de verdad, justicia y reparación, orientada a facilitar el desmonte de las estructuras armadas ilegales. En ella se incorporaron normas favorables a la desmovilización de los jefes paramilitares, de sus auxiliares y de sus patrocinadores.

En una extraña reunión en ‘palacio’, otro día cualquiera, el senador Álvaro Araujo se sinceró e invocó la solidaridad del gobierno, argumentando que si resultaba vinculado al escándalo de la para-política, terminaría salpicando a su hermana la Canciller, a su tío el Procurador, a su primo el Gobernador del Cesar y ‘hasta al Presidente de la República’. Todo mundo quedó perplejo.

Puesta en ejecución la mencionada ley, comenzó un tortuoso proceso de confesiones que paulatinamente fue involucrando a importantes actores de la sociedad, del gobierno y de la política. Senadores, representantes a la cámara, diputados, gobernadores, empresarios, altos funcionarios del Estado, etc., terminaron chisgueteados por el efecto de los ventiladores prendidos por los jefes paramilitares recluidos en la prisión de Itaguí. El establecimiento comenzó a estremecerse, pero pese a ello, en una especie de pacto tácito, la comunidad colombiana se resistió a aceptar que ‘el barco estaba haciendo agua’, como mecanismo de defensa orientado a preservar las condiciones de confianza y estabilidad institucional que han permitido disfrutar de un período de prosperidad económica cuyos verdaderos orígenes aún son un misterio.

Los expedientes judiciales fueron involucrando a mucha gente, hasta que se produjo la ya conocida filtración de las conversaciones de los paramilitares recluidos en prisión y la amenaza de extradición de quienes, al parecer, continuaban delinquiendo con posterioridad a la desmovilización. Ahí fue Troya. El paso siguiente lo dio Salvatore Mancuso, quien involucró al círculo más cercano a ‘palacio’: el vicepresidente Santos y el ministro de Defensa, también Santos. El uno por reunirse con los paramilitares y el otro por buscarlos para -supuestamente- conspirar contra el entonces presidente Samper. El cerco alrededor de ‘palacio’ se estaba cerrando.

El presidente -en un gesto inesperado- decidió proponerle a la nación la liberación, sin contraprestación alguna -otra vez como un gesto de buena voluntad- de varios centenares de subversivos detenidos en las prisiones estatales, en una movida que muchos consideramos el ‘ablandamiento de la sociedad civil’ para dar el paso siguiente: la propuesta orientada a permitir la excarcelación de las personas vinculadas a las actividades ilegales relacionadas con las conductas paramilitares, que confiesen la verdad; bajo el argumento -supongo- de que si se pueden liberar guerrilleros por los que la sociedad profesa un mayor desprecio, ¿por qué no hacerlo con quienes están vinculados a la actividad paramilitar? Otra vez quedamos perplejos.

Yo había entendido que la reclusión en condiciones preferentes y las garantías de penas reducidas y de no extradición, entre otras, eran las ventajas que tendrían quienes resultaran vinculados a la actividad paramilitar, como contraprestación por decir la verdad. La excarcelación anunciada por el presidente, que nos cogió por sorpresa, y que beneficiaría a senadores y demás, es una ñapa que nadie esperaba y que la suspicacia criolla nos mueve a pensar que es la respuesta al acorralamiento en el que se encontró ‘palacio’ cuando vio que se le estaban ‘metiendo al rancho’. Pero podemos estar equivocados.

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