LA CORRUPCIÓN EN LA JUSTICIA
Quedé perplejo con los resultados de la encuesta, publicada por el la ONG Transparencia Internacional, sobre los niveles de corrupción en Colombia.
Que el 27% de los ciudadanos encuestados acepte haber sobornado a policías, es grotesco, pero tiene un significado muy diferente a que el 19% lo haya hecho con la justicia. La diferencia es monstruosa. Al fin y al cabo, el cuerpo de policía nacional debe corresponder a cerca de 200 mil uniformado, expuestos todo el día al contacto callejero, metidos en cuanto antro y cloaca de malandrines haya por los cuatro costados del país. Pero la justicia no. Los jueces y los fiscales en Colombia son apenas unos miles. Y la justicia no anda en contacto permanente con la gente. La justicia trabaja allá en sus despachos, distante y ajena. A ella se suele acceder a través de abogados y de memoriales. Ella no interactúa con la ciudadanía. Hasta a los mismos sujetos procesales les queda -la mayoría de las veces-, difícil acceder al contacto directo con su juez o con su fiscal.
Así como la policía tiene relación permanente con los ciudadano, en las calles, en los caminos, en las veredas, en los retenes, en los puestos de control, en los bares, en las cantinas, en los buses, en los parque, en las aceras, en los corrillos, uno puede llegar a entender que de ese contacto directo surja un razonable porcentaje de corrupción representada en los sobornos de los que da cuenta la mencionada encuesta. Pero con la justicia ocurre algo diferente. Algo delicado y digno de ser revisado con sentido aséptico y con criterio de médico patólogo, dispuesto a arrancar, de tajo, aquello que corroe tan severamente a la ya de por si desprestigiada ‘majestad de la justicia’ colombiana.
Que el casi 20% de los colombianos reconozca haber sobornado a la justicia es muy grave. La justicia es como la sal, no se puede corromper. Porque si la justicia se corroe, ¿quien nos va a sacar de semejante encrucijada? Y el cuento ese de que lo hace solo para ‘agilizar los trámites’, que dan como justificación los sobornadores, es cuento chino. No lo duden, es para procurar obtener una decisión favorable. ¡Qué horror!
Cuando Colombia se sacuda la enjalma que cubre el lomo de su aparato judicial, se va a encontrar con unas llagas del tamaño del animal entero. Va a descubrir algo que es un secreto a voces: que paralelo a la justicia existe una mafia que la rodea, que la permea, que la condicionan y que la constituyen en una herramienta peligrosa del poder de un Estado que es consciente de la existencia de esos males, pero que no hace nada por remediarlos.
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