
Grotesco el espectáculo que están protagonizando los presidentes de la República y de la Corte Suprema de Justicia por estos días. En los anales de la historia colombiana no se registraba un episodio similar: un presidente de la República denunciando por injuria y calumnia al presidente de la máxima autoridad de la justicia colombiana. Un espectáculo que se ha tornado más grotesco, aún, por haber sido trasladado a los medios de comunicación, para deleite del morbo periodístico y para mayor desgracia de la nación.
La ‘nobleza obliga’, reza el dicho, para significar -en este caso- que no es justo con la nación, ni con la dignidad de ninguno de los funcionarios trenzados en tan deplorable disputa, que las cosas hayan llegado a un punto tan extremo. Las altas investiduras públicas de los funcionarios que se debaten en los estrados judiciales por cuenta de un chisme, de una exageración o de una mentira, solo sirve para la burla de los enemigos de la patria, quienes deben estar desternillados de la risa al ritmo del ‘dale duro’ con el que los carboneros de las emisoras bogotanas atizan la hoguera de la discordia para mejorar sus índices de penetración en la audiencia y para saciar su morbo periodístico.
Chávez, el vecino de al lado, se quedó en palotes. Al fin y al cabo éste es reconocido como un ‘loquito’ capaz de decir lo que se le antoje, porque no tiene ni pelos en la lengua, ni ante quien responder por los insultos que profiera en contra del presidente colombiano. Pero que un par de Señores como Álvaro Uribe y César Julio Valencia anden por ahí ofreciéndose para que les apliquen la prueba del polígrafo con el ánimo de demostrar que no mienten, o metiendo denuncias con fechas falsas para tratar de ‘joderse’ mutuamente, es un espectáculo deplorable que no le conviene a la nación en ningún momento, y menos en éste, en el que tiene tantos enredos por arreglar: el de la crisis con Venezuela, el de la crisis con Nicaragua, el de los generales y los fiscales metidos en las organizaciones criminales, el del intercambio humanitario, el del despeje, el de la parapolítica, el del narcotráfico, el de la pobreza, el de la corrupción, en fin, tantos temas que demandarían, con justicia, la atención de las mentes más preclaras y de los hombres más lúcidos.
Pero lo que hasta ahora ha sucedido puede convertirse en algo peor, cuando el proceso avance por los estrados de la Comisión de Acusaciones de la Cámara y se pretenda que, un tema estrictamente jurídico, sea definido mediante la demostración de las fuerzas de las bancadas partidistas antes que mediante la demostración de la verdad procesal, como necesariamente debe corresponder a las actuaciones de la justicia.
Confío en que cuando el presidente Uribe tomó la decisión de denunciar, ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara, al Presidente de la Corte Suprema, no estaba pensando en que el asunto se definiría por la mayoría de votos que pueden aportar las bancadas afines al gobierno. Si así fuera, desde ya habría que calificar su victoria como un triunfo ‘pírrico’, de esos que es mejor no alcanzar, porque sería algo similar a lo que le ocurrió a Ernesto Samper con la absolución que le impartió la Cámara en el proceso por la narcofinanciación de su campaña. Absolución que solo le sirvió para solicitar la reexpedición de un certificado judicial sin antecedentes, porque todos los demás colombianos tenemos una apreciación de la financiación de esa campaña, que casi nunca coincide con el veredicto de sus jueces de ocasión.
El presidente Uribe y el Magistrado Valencia, por el bien de la nación, y sin el alboroto que producen los abogados litigantes en los medios y los periodistas sensacionalistas, deberían estrecharse la mano y prometerse mutuamente dedicar sus mayores esfuerzos a procurar la sanidad de la nación. Lo otro es una pequeña riña callejera que habla mal de ambos.
chisaza@yahoo.com
29 de Enero de 2008