3 de septiembre de 2008
LA NEGOCIACIÓN DIRECTA
Tal como están las cosas, adquiere plena vigencia y mucho sentido que el gobierno nacional se haya decidido -de una vez por todas- por intentar la negociación directa con la cúpula de las Farc.
La intervención de las jerarquías de iglesia católica -pese a su rancia tradición diplomática y mediadora-, se tornó en improcedente, por cuenta del estigma impuesto por la guerrilla a su labor mediadora, al pasar a considerarla, de buenas a primeras, en representante de los intereses de su contraparte -el Estado colombiano- en la mesa de negociaciones.
La actuación de la senadora Piedad Córdoba, a su vez, se convirtió en una especie de puerco espín, por la mezcla explosiva de elementos que le fue agregando a su fórmula mediadora, hasta hacerla imposible de tener en cuenta, así sus posiciones frente a la subversión le dieran una amplio espectro negocial que, desafortunadamente, se malogró para las esperanzas de los secuestrados y para la convivencia de los intereses de la guerrilla, el establecimiento y las instituciones democráticas. Con ella, como suele decirse, ‘esa platica se perdió’.
De la mediación de los países facilitadores, poco queda. La francesa solo estaba interesada -a toda costa- en la liberación de Íngrid. Sano propósito, sí, pero mezquino también. Al hacer el balance de la postura gala frente al drama de los secuestrados, a uno le queda una sensación agridulce. ¡Qué extraña y cicatera posición la de la nación que adoptó, como razón de su existencia, la expresión ‘libertad, igualdad y fraternidad’!
La venezolana, no solo se constituyó en un error garrafal, el haberla vinculado, sino que, a la postre, pese a los resultados arrojados, terminó convertida en una especie de cordón umbilical indisoluble entre la guerrilla y el mediador, que pasaba por encima de las partes y de la que surgió un verdadero calvario para las relaciones de los dos países, al tomar la determinación de suspenderla. Reza un axioma ya probado, que uno no puede nombrar a alguien al que no pueda desnombrar fácilmente. Ahí estuvo el error del presidente Uribe, en nombrar como mediador al presidente Chávez, cuyo relevo le significó no solo un fuerte desgaste, sino también la aparición de muchas de sus ya notorias canas.
Y la suiza, ni para que comentarla. Llena de recelos, de sospechas, de verborrea antigobiernista, de retórica proguerrillera y de la utilización de su valija mediadora como correo para, a través de Costa Rica, movilizar dineros cuya procedencia y destino nadie conoce a ciencia cierta.
Por eso, bienvenida la negociación directa con la dirigencia de las Farc. Solo que ahora, con ocasión de la evolución de los acontecimientos y de la real situación de la guerrilla, lo que se debe abrir paso, por encima de unas conversaciones para lograr un acuerdo humanitario, es la negociación -cara a cara- de un proceso de paz definitivo, que le ponga fin a esta orgía de violencia a la que ya nos hemos acostumbrado.