3 de septiembre de 2008

LA PRIMACÍA DE LA VERDAD

Presidente Uribe, todos los ciudadanos de bien estamos felices con los éxitos arrojados por la política de ‘seguridad democrática’ -que constituye uno de los pilares fundamentales de su programa de gobierno-, concretamente en lo que tiene que ver con las liberaciones de personas inocentes, sometidas a injustos e infamantes cautiverios por parte de la guerrilla. De eso no tenga dudas. Algo más, su propuesta para combatir el crimen organizado fue, quizá, la razón principal que tuvieron los colombianos para elevarlo al solio de los presidentes, así como los resultados de ella, durante su primer cuatrienio, constituyeron unos de los principales alicientes para su abrumadora reelección. Esas son verdades de apuño. Si desde el momento en que se nos comunicó, mediante la rueda de prensa concedida por el ministro Santos, que a través de la llamada ‘operación Jaque’ se había logrado la liberación de Íngrid Betancurt y catorce de sus compañeros de infortunio, se nos hubiera dicho toda la verdad relacionada con el operativo, estaríamos igualmente felices. Si el gobierno y los generales, por quienes el pueblo colombiano profesa respeto y agradecimiento, nos hubieran dicho que usaron el emblema de la Cruz Roja y el de TeleSur como partes de la estrategia para lograr la liberación -incruenta- de los secuestrados, seguramente lo habríamos procesado como cuestionables recursos para lograr un fin altruista, y ya nos habríamos salido de ese pequeño incidente. Nos habríamos quedado con el pecado, pero también con el género, y nada habría pasado. Lo que no nos cuadra es que cada que aparecen documentos fílmicos relacionados con el operativo, tengan que salir a adecuar una disculpa orientada a tratar de engañar, bajo el supuesto de que todos somos incautos. Que el emblema de la Cruz Roja se utilizó por un oficial que se puso nervioso al momento del desembarco, primero, y que fue que al gobierno no se le dijo toda la verdad, después… son argumentos que empiezan a ser vistos como partes de una especie de coartada orientada a encubrir algo que no se quiere dejar ver en su verdadera dimensión. Y no es justo ni con la opinión pública ni con el gobierno, cuando se tuvo un resultado tan contundente y tan plausible. Pero lo que más nos inquieta es que ahora -cuando a través de uno de los medios de comunicación se muestra un video en el que se devela que el supuesto oficial ‘nerviosito’ no actuó tan a las carreras, al momento de llegar al sitio del rescate, sino que estaba usado el emblema de marras desde el inicio de la operación-, salga el ministro Santos a decir que esa filtración debió corresponder a un acto de corrupción constitutivo de ‘traición a la patria’. Esa afirmación si tiene que dejarnos seriamente preocupados. En caso de tratarse de un supuesto ‘acto de corrupción’, éste habría tenido, como protagonista, al menos, a agentes de extrema confianza del gobierno. Precisamente de aquellos en quienes se depositó el sigilo y la responsabilidad del rescate. No nos pueden venir con el cuento de que el eventual acto de corrupción fue el resultado de la acción de los enemigos del gobierno. Y lo otro que nos debe dejar seriamente preocupados es que el ministro anuncie públicamente que el acceso a la verdad, en un régimen democrático, abierto y tolerante como ha sido el nuestro, se constituya en un acto de ‘traición a la patria. No, Señor ministro. Así no puede ser, porque o usted está equivocado o el gobierno está dando muestras preocupantes de totalitarismo. Salga a reconocer los errores, ofrezca las excusas del caso, afronte las consecuencias de decir la verdad y siga recibiendo el reconocimiento del pueblo, por la transparencia y por los resultados de su gestión, y no por la deliberada decisión de mantenernos apartados de la verdad o sometidos a veladas amenazas que no le hacen bien a la legitimidad, ni al gobierno, ni a la democracia.

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